jueves, 21 de noviembre de 2013

CAPITULO XXI UNAS CASITAS CON RUEDAS



Nos están dejando un parque con praderitas de hierba, quioscos y muchos árboles, pero apenas hay pájaros.

De hecho no se oye nada más que el graznido de las gaviotas. Dice Ángel que es porque los árboles han aparecido de repente y no se han dado cuenta todavía, pero que ya vendrán.

Todos los días salimos a pasear y a jugar al “que te pillo” con toda la perripandi. Sólo hay unos pocos perritos que se ponen un algo pesados, pero yo me siento y me quedo quietecita. Pero a los que me molestan con el hociquito les doy un rugido como los que daba mamá Sirta cuando se enfadaba y les enseño los dientes. Entonces se dan cuenta de que molestan y me dejan en paz.

Ángel me lleva a bañar y a peinar a una peluquería para perritos que hay detrás de nuestra casa y me deja allí. La llevan unas chicas muy simpáticas, Ana y Gema, que me tratan muy bien, pero yo estoy deseando que venga a buscarme y cuando por fin aparece bajo las escaleras corriendo para que me vea y me diga lo guapa que me han dejado.

Luego me lleva a casa y me hace fotos y me dice que estoy hecha una princesa. El caso es que Ana le ha dicho a Ángel que tengo las tetillas hinchadas y no para de mirarme. Luego ha llamado a un veterinario y le han dicho que me lleve, que seguro, seguro, he tenido que tener un embarazo psicológico.

Me ha llevado por la tarde y después de mirarme bien le han dicho que debo tomar unas pastillas para que se baje la inflamación y que luego me tendrán que operar. Eso de operar no me suena nada bien, aunque no sé lo que es, la verdad.

Después de tomar las pastillas, que me las disuelve en la comida y no me entero, ya no tengo ninguna hinchazón, pero aun así, me ha vuelto a llevar al mismo veterinario. Después de mirarme a fondo, me han dejado en un cuartito con más perritas y perritos. Luego me han puesto una aguja debajo de la piel y me he quedado dormida.

Al despertar, me dolía mucho la barriguita, y me daban ganas de quitarme unos hilitos que tenía cosidos a la piel, pero no podía porque me habían puesto un plástico con forma de pantalla de lámpara en el cuello y no llegaba. 

-     Avisa al dueño de que Noa ya está despierta – ha dicho un chico cuando ha visto que me movía.

Al poquito tiempo Ángel me cogía en bracitos y me llevaba a casa. Me he quedado quietecita en el coche, sin moverme nada porque me duele todo.

Le han dicho que hoy no debo comer y eso lo llevo peor. Como lo llevo muy mal, me ha quitado el collar de plástico, la campana lo llama, y me ha envuelto con ropa suave para que no me “quite los puntos” si me doy lametones en la herida.

-        Unos días nada más, Noa. Ya verás que luego ni se te va a notar.



La verdad es que me ha dejado como una momia vieja, pero no tengo que aguantar la campana ni hay peligro de que me salten los puntos.

Como ya estoy bien del todo, salimos a pasear con toda tranquilidad, aunque  me ha comprado un cestito nuevo que se cuelga a la espalda y tiene ruedas. Si me canso me sube al cestito y, si se cansa él, tira de las asas y arrastra las rueditas y los dos vamos tan panchos.




Hablando de ruedas, me dijo que tendríamos que hacer otro viaje, pero que esta vez no iríamos con nuestro coche nuevo. De manera que me metido en el cestito y hemos acabado en un edificio enorme en el que entra y sale gente todo el rato. Luego hemos visto unas casitas todas iguales, con una puerta y muchas ventanas con gente mirando. Nos hemos metido en una y sólo tiene un pasillo largo con sillones a cada lado. Lo llaman vagón. Hemos debido de encontrar el nuestro, porque Ángel se ha sentado y me ha dejado en el suelo. A su lado quedaba otro sillón vacío.

Me ha dicho que me quede quieta y que me porte bien si no quiero que nos echen del AVE, de modo que me he enroscado en mi cesto de siempre, que también lo ha traído y ya está.

Al ratito ha llegado un señor que, nada más verme, ha puesto cata de vinagre.
-        No me gusta – ha dicho.
-        ¿Qué es lo que no le gusta, caballero?
-   ¡El perro! – ha contestado sin darse cuenta de que soy una perrita – no voy a hacer 600 kilómetros así.
-     No exagere. En todo caso, una hora y media, ya que vamos a Zaragoza. Pero si lo desea quéjese a RENFE. Noa ha pagado su billete.

El señor no ha dicho ni media palabra más, pero cuando la casita con ruedas que llaman AVE se ha puesto en marcha, se ha cambiado de asiento y todos felices. Luego ha venido una chica vestida con los colores de RENFE y me ha dicho que me porto muy bien y que soy muy buena. Cuando lo decía miraba hacia atrás a unos señores que llevaban un niño que no paraba de gritar y molestar a todo el mundo.

Bueno, que me pierdo. Nos han avisado de que estábamos llegando a Zaragoza y me he vuelto a meter en el cestito. Nos estaba esperando Carmen y nos ha llevado donde la otra vez, de manera que se ha vuelto a quedar conmigo mientras Ángel les daba la charla otra vez. A lo mejor se le olvidó algo de la otra vez y ha tenido que venir a recordarlo.

Carmen me ha llevado al parque de las praderas con margaritas y lo hemos pasado fenomenal. Ella se sienta en la hierbita y yo me pongo a su lado y luego me revuelco, porque la hierba está fresquita y huele muy bien. A ella le hace mucha gracia y luego me recoloca los pelos y me peina con los dedos. Cuando termina de acicalarme me dice que estoy muy guapa y que no me despeine, que nos va a regañar el amito…

Pero el amito no nos regaña. Cuando ha vuelto nos hemos ido a recorrer las orillas del río Ebro y luego hemos comido en una plaza con muchas terracitas y mesas. Llevaba mi comida en una neverita y me ha puesto un platito con agua y otro con pavito y bolitas. De modo que me he comido el pavito y me he quedado esperando a ver qué comen ellos. Al final me han dado parte de sus filetes de ternera y me he puesto las botas.

Luego Carmen nos ha llevado de vuelta a la estación y hemos cogido otro AVE para volver a casa. Esta vez teníamos sólo un sillón, de modo que así nadie se tiene que sentar a mi lado a disgusto. Las chicas de RENFE me han saludado y una pareja de señoras que iban al otro lado no dejaban de decirme cosas. Pero yo, quietecita en mi cesto fijo a los pies del amito, como dice Carmen, y sin quitarle ojo.

Al final no me ha quedado ni una marca de la operación y ya no hay riesgo de que tenga un nuevo embarazo psicológico ni de verdad. Ahora soy una perrita esterilizada y ya no podré tener cachorritos como mamá Sirta y otras mamás perritas, pero por lo menos, los perritos dejarán de molestarme.

-     Noa, no te preocupes. De todas formas en casa no podríamos tener a cuatro perritos más y tendríamos que darlos tarde o temprano.

Casi es mejor. Imagino cómo se debió sentir mamá Sirta el día que vinieron a buscarnos y nos llevaron a las jaulitas de cristal de las tiendas. Pero luego me acuerdo de sus palabras y me tranquilizo.

“Mañana amanecerá de nuevo y tenemos que seguir viviendo”

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