¿Qué he aprendido de la excursión
a Toledo? Pues que cada vez que veo que se pone a preparar maletas me voy
directamente a mi cestito con ruedas y prácticamente me meto dentro. No quiero
que me lleve a un sitio en el que no pare de andar por pavimentos infames y
luego me den agujetas otra vez. Ángel se ríe y coloca las correas de la
mochila, abre una de las cremalleras y pone dentro una de mis mantitas, la
nevera con mi comida y algunas botellas de agua helada que ha guardado en el
congelador el día anterior.
Hemos vuelto a Asturias a una
casita rural cerca de la playa y hemos recorrido rincones muy bonitos, como el
mirador del Fito, Lastres, Llanes, que tiene un parque con sabinas, como las de
Ibiza, y otros lugares igual de interesantes,
como el monte Naranco, Cangas de Onís, otra vez Covadonga y muchos otros.
Todavía no ha habido necesidad de usar mi cestito con ruedas, porque las
excursiones son muy cortas y los sitios que vemos no son muy grandes y, además,
están bien asfaltados.
No obstante, Ángel siempre se
pone el cestito a la espalda, gracias a las correas que lo convierten en
mochila y pone mi agua y comida dentro por si acaso.
En el mirador del Fito nos hemos
metido en medio del monte y entonces me ha soltado la correa y he podido correr
libremente por terrenos salvajes en los que casi nunca hay nadie.
Un día hemos ido a un sitio
precioso que llaman “Desfiladero del Cares”. Es muy bonito, pero no os
recomiendo que vayáis sin un buen calzado, si sois niños o grandotes humanos, o
sin agua, comida y una mochila si sois perritos pequeños. Los perros grandes,
de patas más largas, lo tienen mejor.
El camino está lleno de piedras
de tamaño regular, túneles por los que se filtra el agua y forma grandes
charcos y cuestas que lo mismo suben que bajan. Total, que los niños y los
perritos estamos todo el tiempo sorteando piedras, saltando de una a otra o
pateando el agua de los baches que forma la filtración.
A eso del mediodía, hemos parado
a buscar una sombra y nos hemos sentado a comer a la orilla del río Cares. La
bajada hasta el río ha sido complicada, tanto que Ángel me ha metido en la
mochila y me ha dejado asomar la cabeza.
Cuando hemos encontrado un sitio
con suficiente sombra, me he dejado salir y ha preparado mi comida en primer
lugar. No os podéis imaginar mi sorpresa cuando he visto un bicho enorme, con
el pelo cortito y con cuernos en la cabeza en forma de V, que, seguramente,
quería quitarme mi comida o la de las personas que estaban sentadas en la
orilla.
Yo me he puesto a
ladrar, claro, para que sepa que como se acerque a mis bolitas igual me pongo a
morder sus tobillos, pero ese ser ni se inmutaba ni se daba por enterado.
-
Noa, cómete tu comida y deja en paz a la cabra.
No creo que le gusten tus bolitas.
¡Una cabra! Hay bichos muy raros.
Pero lo cierto es que la gente le tiraba trozos de sus bocadillos, pero más
lejos, para que se alejara, y se los comía de un bocado.
Por si acaso me he comido todo
rápidamente y luego he bebido agua del río y he metido las patitas para
refrescarme.
Para más seguridad, Ángel ha
alejado a la cabra y me ha metido en la mochila y se la ha puesto por delante,
porque ahora hay que subir una cuesta muy empinada y mi peso a la espalda le
podría desequilibrar.
Como yo iba con la cabecita
fuera, mirando todo bien por si tropieza, la gente que va y viene todo el rato
por el desfiladero me decía cosas.
-
¡Qué suerte tiene el perrito! – le ha dicho una
chica.
-
Ya sabes, hazte tan pequeña como Noa y a lo
mejor tú también tendrás suerte.
Yo no digo nada. Después
de dos horas de caminar por un sendero serpenteante, que cambia de orilla, y
sube y baja y pasa por debajo de rocas enormes y está lleno de piedras más
grandes que yo, estar en la mochila me parece un lujo asiático. Así que, de vez
en cuando, estiro la cabeza y le doy un lametón para mostrarle mi
agradecimiento por llevarme a cuestas.
A las tres horas hemos regresado
al coche, que estaba aparcado en un prado de Caín, pero antes de llegar, cuando
el camino era bastante más aceptable, me ha puesto en el suelo para que
caminara.
-
No parece que tengas las patitas mal, Noa.
Es posible que no me den
“agujetas” esta vez, de modo que estoy contenta, y hasta he jugado con un
perrito del lugar que no paraba de seguirme por toda la calle.
El camino de vuelta a nuestra
casita de Pendueles ha sido igual de bonito que al venir, pero ahora hemos
parado en más sitios para hacer fotos a las montañas, a los prados, a los
desfiladeros, como el del Sella, a todo lo que se pone a tiro de cámara.
Una vez que hemos llegado a la
casa rural, Ángel me ha examinado las patitas, sobre todo las delanteras y no
me dolían. Buena señal.
Cuando después de unos días, y
después de estar en otros sitios muy bonitos, como Ribadesella, Santillana del
Mar y Frigiliana, hemos vuelto a casita, me he dado cuenta de dos cosas: La
primera que ahora estamos muy bien y, aunque somos una manada sólo de dos
miembros, a veces viene Carmen o alguien
de la perripandi, o vamos a casa de
Yolanda, o al Río Alberche, con Héctor y Guzmán, y estamos felices. La otra es
que me gusta mi nueva vida. Ángel me saca todas las mañanas y, cuando hace
bueno, paseamos en bicicleta. Otros días se va a nadar. Con el buen tiempo
también salimos por la tarde, pero no cuando hace frío.
Si llueve me pone mi abriguito
para que no me moje y luego me seca las patitas al llegar a casa. Si me mancho
me lava y me seca hasta que me deja guapa otra vez. Me limpia los ojitos con un
peine especial y me pone un líquido para que no se me oscurezca la carita,
porque el lagrimal de los malteses segrega unas manchas marrones debajo de los
ojos.
Me peina para quitarme los nudos
y me baña cada de vez en cuando. Otras veces me lleva a la pelu de Ana para que me bañen ellas y me corten las uñas y el pelo
por donde haga falta.
Algunos perritos de nuestra
manada ya no están. Unos se han ido con sus dueños a otros lugares, como Keko,
que está en un sitio que se llama Cádiz, y otros se han ido a las praderitas
del arco iris, como dicen Marga y Esperanza. Allí tenemos a Lucas, a Hanna, a
Indy, a Fayna, a Sissi, a Prince y a otros perritos y perritas que ya no
necesitan arnés ni correa para jugar, ni tienen horarios ni nada parecido para
estar en la calle. Allí les cuida Inma y otros grandotes que se fueron para
ocuparse de ellos y velar para que no les falte de nada.
Me han pasado muchas más cosas,
porque ya soy bastante más mayor, pero ya os lo contaré otra día, junto con las
nuevas aventuras que me vayan sucediendo.
Para terminar os quiero dejar
algunas cosas que me gustaría poder decirle a Ángel:
No te enfades mucho conmigo porque
mi vida solo dura de 10 a 15 años y no merece la pena perder el tiempo en enfados.
Dame tu afecto y tu cariño, que es
lo único que necesito, y ten paciencia si no consigo entenderte a la primera.
Recuerda que tú puedes
relacionarte con amigos, conocidos y familiares, pero yo sólo te tengo a ti.
Háblame serenamente, aunque creas
que no entiendo tus palabras. Siempre, siempre entiendo el tono de tu voz
cuando me hablas.
No me golpees ni me hagas daño.
Yo podría lastimarte con un mordisco pero nunca lo haré porque nunca te haría
daño.
Antes de regañarme por mi pereza
o desobediencia, trata de averiguar si hay alguna razón para ello.
No me dejes nunca sin la
protección adecuada.
Cuida de mí cuando envejezca, ya
que dependeré de ti más que nunca.
No me abandones jamás. Si no te
queda otro remedio que separarte de mí, búscame un hogar donde sepas que me
cuidaran adecuadamente.
Quédate conmigo cuando me vaya a
las praderas del arco iris. Todo será más fácil si estás a mi lado.
Un señor muy antiguo, creo que se
llamaba Diógenes, dijo en una ocasión: “Más conozco a los hombres, más quiero a
mi perro”.
Nunca lo olvidéis.
Hasta pronto y quered mucho a
vuestros perritos.
Con cariño, Noa, la maltesa
feliz.