Desde hace unos días nos están empezando a salir los
dientes. Por este motivo, mamá Sirta ya no se tumba para que podamos mamar
porque nuestros dientecitos son muy afilados y le hacemos daño. Ahora, si la
mordemos jugando, ella nos muerde flojito para que nos demos cuenta de que morder
duele.
Si alguno de mis hermanitos me muerde una orejita, yo
les muerdo también para que aprendan que me hacen daño. Por lo demás, nos
pasamos el día mordiendo todo lo que encontramos.
Los dos mayores se han puesto a morder la base del recipiente donde nos ponen al agua y de repente, todo se ha venido abajo y se ha formado un enorme charco en el suelo de nuestra jaulita, a la que los humanos llaman BOX.
Como de costumbre los tres han empezado a perseguirme y a dar vueltas por el box, ante la mirada aterrada de mamá Sirta. En menos que tardo en contarlo teníamos las patuchas negras y la carita totalmente tiznada de rebozarnos por el suelo. Mamá se ha enfadado un poquito y se ha puesto a ladrar con insistencia, lo que ha hecho que se acercaran dos cuidadores. Una era la chica del otro día y al otro no lo había visto nunca.
- ¿Qué ha pasado aquí? Mira cómo se ha puesto -dijo la cuidadora-. Ve a buscar un barreño y la manguera para lavar a estos guarretes.
Al poco el compañero ha vuelto con un recipiente en el que nos han metido a los cuatro a la vez y nos han rociado con agua limpia por todas partes. El agua estaba algo fría, pero nos hemos puesto a beber cuando nos escurría por la carita, sacando la lengua.
- Estaos quietos -decía el nuevo-. No hay forma de lavaros con tanto jaleo.
Yo estaba quietecita, pero mis hermanos no paraban de patear para salirse del barreño y que no les mojaran. Al final nos han dejado limpitos otra vez, nos han frotado con trapos secos que llaman toallas y nos han puesto a secar en otro barreño nuevo. Después han rastrillado, cepillado y limpiado la jaulita y han arreglado el bebedero. Al final parecía que no había pasado nada.
Desde que tenemos dientes y mamá ya no nos alimenta, los cuidadores nos ponen
más comida, pero más pequeña que la que le ponen a mamá, de manera que nos
resulte fácil masticarla con nuestras pequeñas dentadura. De todas formas, mamá
sigue triturando su comida con sus muelas y nos las deja casi masticada en
nuestros platitos si ve que nos quedamos con hambre.
Después de comer nos ponemos a jugar y nos mordemos
las orejitas y el cuello, pero ya sin apretar ni revolcarnos, para no hacernos daño ni mancharnos
Lúa, la cocker, se ha dado cuenta de que nos han
salido los dientes y, desde su jaulita, ha felicitado a mamá por tener unos
cachorros que ya comen solos. A mamá no le ha hecho mucha gracia la
felicitación, la verdad, pero no ha dicho más que “Gracias, Lúa. Ya sé por
dónde vas”.
Mis hermanitos no se han dado cuenta porque se estaban
persiguiendo y jugando a ver quien puede más, pero yo he visto que se ponía un poco triste.
Al llegar la noche, antes de apretujarnos para dormir
como hacemos siempre, mamá ha dado un suspiro muy hondo y se ha puesto a
lamernos y a asearnos con un cuidado especial, como si nos quisiera poner más
guapos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario