Tengo
que daros una estupenda noticia a todos: Ya tengo mis primeros 28 dientes de
leche. Me faltan los primeros premolares y toooodos los molares, pero ya me
saldrán cuando se me caigan los actuales.
Como me
pongo a roer todo lo que se pone a mi alcance me han comprado un chupete de
goma y una ratita que hace un ruido muy simpático cuando la muerdo.
Inma se
queda en casa todo el día. Así que yo me acomodo en el cestito que hay junto a
su escritorio y nos hacemos compañía. A mediodía deja de teclear lo que sea que
esté haciendo y me prepara la comida: Pollo hervido, arroz y bolitas. El pollo
lo desmenuza con mucho cuidado para que no queden trozos grandes ¿Es que no
sabe que ya tengo dientes afilados y que puedo triturar lo que sea?
Por la
tarde llega Ángel y yo le espero en la puerta. En cuanto entra me pongo a dar
saltos de alegría y él se agacha para que le dé chupetones por toda la cara.
Luego me sube hasta la altura de sus ojos y me dice:
-
Señorita Noa ¿has sido
buena? ¿Cuántas sillas te has comido hoy?
Y es
que me encanta roer las patas de las sillas, sobre todo las más finitas. Al
parecer esto no está del todo bien porque Inma me regaña cada vez que me ve.
-
Noita, la termita, deja
de comerte las patas de las sillas. ¿Ves la zapatilla? –dice señalándose un
pie.
Yo, por
si acaso, dejo de roer patas y me voy a mi casita, no vaya a ser que se le
escape la zapatilla y me dé a mí.
Cuando
Ángel me deja en el suelo, se acerca a Inma y también se dan besitos y se
alegran, pero sin dar saltitos. Luego Inma le cuenta todas las travesuras que
he hecho y los dos me miran y se ríen.
Hoy ha venido a vernos una amiga de Inma, Pilar, con su perrita que se llama Bimba.
Es una
maltesita de las llamadas TOYS, un maltés en miniatura. Tiene dos años y sólo es
poquito mayor que yo. Claro, tiene el pelo muy largo, casi como mamá Sirta,
pero no es ni la mitad de guapa que ella.
Nos
hemos puesto a jugar enseguida, y la he dejado coger mis juguetes y mi pelotita
de goma. Cuando una tenía la pelota, la otra la perseguía hasta que la soltaba
o se le escapaba, y así todo el tiempo.La botella de plástico no la puede coger como yo.
Cuando
la amiga de Inma se marchaba, me cogió en brazos y comentó que estaba casi tan
grande como Bimba.
-
Menuda grandona se te
va a hacer. Lo menos llegará a los seis kilos.
-
A mí me da igual - dijo
Inma - lo importante es que esté sana y feliz.
¡Esta
es mi chica! No le importa si me hago más grande que Bimba, sólo quiere que esté
sana y feliz.
Como para no estar contenta.
Luego
le ha dicho a Ángel que lo muerdo casi todo y que he hecho algo muy gracioso
pero muy indebido a la vez: Me he comido un boli.
Os lo
voy a contar para que no lo hagáis vosotros. Resulta que en el suelo había una
especie de palito de plástico transparente y lo he tomado por un juguete. Así
que me he puesto a roer, sujetando el
palito con mis patitas delanteras, hasta que he llegado a una pasta espesa, con
un sabor muy desagradable y lo he dejado en el suelo otra vez. Se me ha puesto
la lengua azul y he aprendido que esas cositas brillantes no se comen.
Después
de contarse sus distintas actividades me han colocado mi arnés y han enganchado
la correa y nos hemos ido a la calle.
CALLE,
palabra mágica, que es igual que salir, paseo, vamos fuera, etc. Cada vez que
oigo esta expresión me pongo como loca de alegría y no paro quieta hasta que me
lo ordenan – Quieta, Noita, o te quedas aquí. – Entonces no muevo ni las
pestañas y cuando tengo todo me voy a la puerta y me siento muy seriecita mientras
Inma se prepara para salir.
En la
calle me lo paso en grande. El otro día fuimos al veterinario para darle las
gracias por descubrir que tenía pulgas. ¡Pulgas! – No es posible – decía Ángel.
En la tienda nos dijeron que estaba tratada con Stronghold. Es el mayor
antiparasitario que existe.
- Si la hubieran
administrado Stronghold no tendría pulgas, en efecto. Me temo que no se lo han
puesto.
-
¿Lo puedes certificar?
- Yo os puedo hacer un
certificado conforme que en el día de hoy la perrita tiene pulgas. Mi opinión
es que no ha sido tratada previamente, pero eso no lo puedo certificar.
- Nos vale así – dijo
Inma – Lo llevaremos a la oficina municipal y que actúen como crean
conveniente.
Y así
lo hicieron. Los de la tienda tuvieron que recibir una buena regañina (o alguien
les enseñó la zapatilla) porque llamaron para disculparse y hasta hablaron con
MI veterinario. Este sí que entiende a los perritos.
Tengo
que confesar que la calle está llena de olores que los humanos apenas perciben.
Su olfato, su oído y su vista no se parecen en nada a la nuestra. Yo puedo
distinguir cuando llega Ángel por el sonido de su coche. Y sé cuándo está en la
casa por el olor. Inma no se entera hasta que oye la llave en la cerradura.
Menos mal que estoy yo aquí y se lo advierto con antelación para que se dé
cuenta.
En la
calle Inma me lleva por su lado derecho y no me deja ir ni muy deprisa ni muy
despacio, por lo que me he acostumbrado a ir a su paso. De vez en cuando se
paran delante de algún escaparate y después de cuchichear un rato (igual se
piensan que no les oigo) seguimos caminando.
En las
tiendas en las que no se vende comida me dejan entrar. En las otras me quedo
esperando en la puerta, menos en la panadería. La señora que vende el pan dice
que puedo pasar, que en la calle dejaron un día a un yorkshire y se lo
llevaron. El disgusto debió ser muy grande tanto para el perrito como para su
manada humana.
Cuando
me tengo que quedar fuera, Inma o Ángel me acompañan. Por si acaso.
Luego
volvemos a casa con bolsas y paquetes y siempre, siempre me han comprado alguna
cosa. Huesitos y chuches, principalmente, para cuando me porto bien, que debe
ser casi siempre. Aunque arañe las patas de las sillas, después de la cena me
dan una chuche.
-
Ten Uca-Uca – dice
Inma - que has sido muy buena.
-
¿Uca-Uca? – pregunta
Ángel.
-
Sí, de Noa, Nouca,
Uca-Uca…
-
Le pega más Noita, la
termita.
Y se
ríen mientras me miran. La verdad es que me llamen como me llamen, yo siempre
acudo.
Por si las chuches.
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