A Neno y a mí nos han
llevado a otra casa que los padres de Inma tienen en el campo, en Santa Eulalia del Río. Esta lejos, lejos de
la ciudad y sin muchos coches. Al llegar, Hortensia se ha bajado para abrir las
verjas de fuera y luego Juan ha metido el coche. Hasta que no ha parado no nos
han dejado salir. Es para verlo, una pradera de hierbita para revolcarse y
correr y jugar y jugar todo el día.
Neno me ha llevado corriendo
a un rincón de la parcela por la que se cuelan gatos y se ha puesto enseguida a
gruñirlos. Los gatos se han subido a la valla de un salto y no parecen hacerle
el menor caso. Yo también gruño, más que nada por solidaridad con Neno.
-Venid aquí –Hortensia es
muy mandona -. Dejad en paz a los gatos.
Neno sacude la cabeza como
quién ha cumplido con su deber y regresamos hacia la casa. Tienen un carpa de
lona delante de la puerta y unos pinos muy muy altos. Nos han dejado cacharros
con agua y bolitas a la sombra, por si queremos comer, pero aún es pronto.
Llegan unos pájaros volando y piando y Neno sale como un cohete para espantarlos o para provocar a Hortensia
-¡Neno! Deja a los pajaritos
tranquilos.
Y Neno vuelve tan ufano como
el que acaba de rechazar una invasión de piratas berberiscos.
Al poco Neno se acerca a un
enorme hoyo revestido de azulejos y casi lleno de agua con un olor un poco
raro.
- Niños, cuidado con la
piscina.
Es Inma. Ya ha colocado
todas sus cosas y ha venido a vernos. Se ha traído la máquina con pantalla y
teclas en la que trabaja toooodo el día y se ha sentado a la sombra en una
mecedora. Debe ser una especie de máquina mágica porque en casa la tiene
permanentemente enchufada, pero aquí no tiene cables.
La piscina no es muy grande,
bueno, casi como una habitación, y tiene escaleras en un lado. Si nos caemos
podremos salir andando.
Neno me hace ir por todos
los sitios, jugando y saltando, hasta que oímos otra de las palabras mágicas
-¡A comer!
Juan está en la cocina y
trastea con cacharros y alimentos. Están cociendo pechugas de pollo y arroz
para mezclarlo con las bolitas y yo me pongo a dar saltos a sus pies.
- Quita de aquí, cocinilla,
que todavía falta un poquito.
Neno está fuera, pero yo
estoy tan nerviosa con todas las cosas del día que sigo y sigo saltando.
De repente lanzo un grito
agudo. Inma y Ángel aparecen corriendo y me cogen en brazos
- ¿Qué ha pasado? - inquiere
Ángel
- He debido pisarla. No para
de zascandilear a mi alrededor - se excusa Juan.
Claro que me ha pisado. Por
más que me miran las patitas una a una y me hacen moverlas no se me pasa el
dolor. Ángel recorre mis patitas con cuidado y mueve las articulaciones, para
ver si tengo alguna dañada, pero no hay rastro de roturas o molestias y poco a
poco se me va pasando. Por fin Inma exclama
-¡Si tiene el rabito tronchado!
Eso es, en efecto. Las tres
últimas articulaciones del rabito, contando desde el final, se han doblado
hacia adentro por el pisotón y no se atreven a volverlas a colocar en su sitio
por si me hacen más daño.
- A estas horas y en sábado
ya no habrá un veterinario abierto. Tendremos que buscar uno de urgencia.
- El vecino del final de la
calle es veterinario en Santa Eulalia. Seguro que os atiende si le lleváis a la nena.
Y en un periquete me veo
encima de una mesa de metal con un señor muy simpático inspeccionando mi rabito.
- Se le ha tronchado el rabo,
pero no está roto ni separado. No se va a necrosar. Lo podemos dejar así o
cortar la parte doblada, si queréis.
- Mejor así –han dicho los
dos a la vez -. No la vamos a llevar a ningún concurso ni nada parecido.
- Siempre se puede fijar un
nuevo estándar de rabitos tronchados – ha dicho el hombre riéndose -. Pero me
parece lo mejor. Esto no la va afectar
para nada. Si veis que pierde movilidad o algo me avisáis.
De vuelta a casa Inma no
dejaba de tocarme la parte tronchada, como evaluando si merecía la pena o no
cortarla, pero Ángel ha dicho que no se le ocurra. Seré la maltesa más
original, con el rabito torcido como los cerditos.
El recibimiento ha sido
apoteósico, por parte de Neno y Hortensia. Juan estaba un poco más retraído,
por haberme pisado, y no paraba de decir que la culpa es mía por no parar
quieta.
A todo esto, sin comer. Menos
mal que me estaban guardando mi plato. Me lo he comido todo y me he subido a
una silla de un salto para que no me pisen otra vez. Claro que a lo mejor se me
sientan encima. No sé qué será peor.
Después de comer y de una
muy buena siesta, se han metido en la piscina. Yo no. No tengo nada contra el
agua, siempre que no se empeñen en meterme dentro.
Juan ha cogido a Neno en brazos y se ha metido con el en el agua. Tenías que ver la cara de Neno gruñendo y refunfuñando, hasta que se ha soltado y se ha dirigido a las escaleras. Se ha sacudido con energía y ha corrido a esconderse detrás de un sofá y no ha salido de allí en toda la tarde.
Yo me he puesto a los pies
de Inma, que sé que no me pisa y Ángel y Juan se ha puesto a recoger cosas y
trastear por el jardín.
Creo que vamos a recordar
este verano, en efecto.