sábado, 22 de diciembre de 2012

CAPITULO XI. EL PRIMER VERANO


A Neno y a mí nos han llevado a otra casa que los padres de Inma tienen en el campo, en Santa Eulalia del Río. Esta lejos, lejos de la ciudad y sin muchos coches. Al llegar, Hortensia se ha bajado para abrir las verjas de fuera y luego Juan ha metido el coche. Hasta que no ha parado no nos han dejado salir. Es para verlo, una pradera de hierbita para revolcarse y correr y jugar y jugar todo el día.

Neno me ha llevado corriendo a un rincón de la parcela por la que se cuelan gatos y se ha puesto enseguida a gruñirlos. Los gatos se han subido a la valla de un salto y no parecen hacerle el menor caso. Yo también gruño, más que nada por solidaridad con Neno.

-Venid aquí –Hortensia es muy mandona -. Dejad en paz a los gatos.

Neno sacude la cabeza como quién ha cumplido con su deber y regresamos hacia la casa. Tienen un carpa de lona delante de la puerta y unos pinos muy muy altos. Nos han dejado cacharros con agua y bolitas a la sombra, por si queremos comer, pero aún es pronto.

Llegan unos pájaros volando y piando y Neno sale como un cohete para espantarlos o para provocar a Hortensia

-¡Neno! Deja a los pajaritos tranquilos.

Y Neno vuelve tan ufano como el que acaba de rechazar una invasión de piratas berberiscos.

Al poco Neno se acerca a un enorme hoyo revestido de azulejos y casi lleno de agua con un olor un poco raro.

- Niños, cuidado con la piscina.

Es Inma. Ya ha colocado todas sus cosas y ha venido a vernos. Se ha traído la máquina con pantalla y teclas en la que trabaja toooodo el día y se ha sentado a la sombra en una mecedora. Debe ser una especie de máquina mágica porque en casa la tiene permanentemente enchufada, pero aquí no tiene cables.

La piscina no es muy grande, bueno, casi como una habitación, y tiene escaleras en un lado. Si nos caemos podremos salir andando.
Neno me hace ir por todos los sitios, jugando y saltando, hasta que oímos otra de las palabras mágicas

-¡A comer!

Juan está en la cocina y trastea con cacharros y alimentos. Están cociendo pechugas de pollo y arroz para mezclarlo con las bolitas y yo me pongo a dar saltos a sus pies.

- Quita de aquí, cocinilla, que todavía falta un poquito.

Neno está fuera, pero yo estoy tan nerviosa con todas las cosas del día que sigo y sigo saltando.

De repente lanzo un grito agudo. Inma y Ángel aparecen corriendo y me cogen en brazos

- ¿Qué ha pasado? - inquiere Ángel

- He debido pisarla. No para de zascandilear a mi alrededor - se excusa Juan.

Claro que me ha pisado. Por más que me miran las patitas una a una y me hacen moverlas no se me pasa el dolor. Ángel recorre mis patitas con cuidado y mueve las articulaciones, para ver si tengo alguna dañada, pero no hay rastro de roturas o molestias y poco a poco se me va pasando. Por fin Inma exclama

-¡Si tiene el rabito tronchado!

Eso es, en efecto. Las tres últimas articulaciones del rabito, contando desde el final, se han doblado hacia adentro por el pisotón y no se atreven a volverlas a colocar en su sitio por si me hacen más daño.

- A estas horas y en sábado ya no habrá un veterinario abierto. Tendremos que buscar uno de urgencia.

- El vecino del final de la calle es veterinario en Santa Eulalia. Seguro que os atiende si le lleváis a la nena.

Y en un periquete me veo encima de una mesa de metal con un señor muy simpático inspeccionando mi rabito.

- Se le ha tronchado el rabo, pero no está roto ni separado. No se va a necrosar. Lo podemos dejar así o cortar la parte doblada, si queréis.

- Mejor así –han dicho los dos a la vez -. No la vamos a llevar a ningún concurso ni nada parecido.

- Siempre se puede fijar un nuevo estándar de rabitos tronchados – ha dicho el hombre riéndose -. Pero me parece lo mejor. Esto no la va  afectar para nada. Si veis que pierde movilidad o algo me avisáis.

De vuelta a casa Inma no dejaba de tocarme la parte tronchada, como evaluando si merecía la pena o no cortarla, pero Ángel ha dicho que no se le ocurra. Seré la maltesa más original, con el rabito torcido como los cerditos.

El recibimiento ha sido apoteósico, por parte de Neno y Hortensia. Juan estaba un poco más retraído, por haberme pisado, y no paraba de decir que la culpa es mía por no parar quieta.

A todo esto, sin comer. Menos mal que me estaban guardando mi plato. Me lo he comido todo y me he subido a una silla de un salto para que no me pisen otra vez. Claro que a lo mejor se me sientan encima. No sé qué será peor.

Después de comer y de una muy buena siesta, se han metido en la piscina. Yo no. No tengo nada contra el agua, siempre que no se empeñen en meterme dentro.

Juan ha cogido a Neno en brazos y se ha metido con el en el agua. Tenías que ver la cara de Neno gruñendo y refunfuñando, hasta que se ha soltado y se ha dirigido a las escaleras. Se ha sacudido con energía y ha corrido a esconderse detrás de un sofá y no ha salido de allí en toda la tarde.


Yo me he puesto a los pies de Inma, que sé que no me pisa y Ángel y Juan se ha puesto a recoger cosas y trastear por el jardín.

Creo que vamos a recordar este verano, en efecto.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

CAPITULO X. ¿QUÉ TIENE EL TABACO?


Ya hace mucho que he cambiado los dientes de leche y me están saliendo los definitivos. Dentro de poco tendré mis 42 dientes para toda la vida.

Algunos dientes se me han caído mientras comía y me los he tragado sin querer; otros se han caído por el suelo y los ha barrido Inma. Los guarda y luego se los enseña a Ángel, cuando vuelve por la tarde. A veces le llama por teléfono.

-Gordo, a Uquita se le ha caído un colmillo. Tráeme tabaco cuando vuelvas, que hoy no he podido salir.

Ah, sí, el tabaco. Son como unos palitos que se encienden por un extremo y se chupan hasta que se consumen. Sueltan mucho, mucho humo. Inma fuma asomada a la ventana, para que yo no respire el humo, porque dice que el tabaco me perjudica. Supongo que a ella también, no entiendo por qué fuma.

Cuando Ángel vuelve con la cajita de tabaco nunca parece contento.

-Toma tu tabaco. No sé para qué te compro esto. Sabes que no deberías fumar.

-Mi amiga Pilar me ha apuntado a un proyecto de Sanidad para dejar de fumar. A la vuelta de las vacaciones empiezo.

Al ratito se ponen a jugar conmigo y me sacan de paseo. ¡Lo que me cuesta que me hagan caso!

Inma ha concertado, con el equipo de personas que coordina desde casa, una reunión para establecer los turnos de tutorías, atención al alumno y seguimiento de las memorias. Cosas de humanos de las que no entiendo ni quiero entender. El problema es que cuando tiene una reunión, sale de casa, generalmente con Ángel, y me dejan solita.

-Noa, te quedas a cuidar la casita. Sé buena y si alguien quiere entrar, cómetelo.

Y aquí me quedo. Me paso rato y rato llamándoles hasta que me canso y me quedo adormilada. Luego me subo a la silla que hay en la entrada para que me vean nada más entrar. Al poco rato me pongo a comprobar si tengo agua y comida para resistir una larga ausencia. Hay agua, pero ni rastro de bolitas. Entonces reviso mi escondite de huesitos.

Hay uno en el cestito donde acompaño a Inma y otro en mi casita, junto a la cama done duermen. Hay otro debajo del mueble del salón y otro bajo el sofá, pero este no lo puedo alcanzar, aunque está ya muy gastado y me da lo mismo.

Cuando ha pasado mucho, mucho rato, más de lo que tardo en contarlo, oigo el coche de Ángel. Tiene que pasar por la puerta de casa camino del garaje. Entonces me subo a la silla del recibidor y me quedo tranquilamente a esperar, con la cabecita entre las patas.

En el momento en que abren la puerta me pongo de pie y doy saltitos para que me cojan en brazos y los pueda regañar por tardar tanto. En vez de eso me pongo a lamer sus manos y cara.

-Mi bebé –dice Inma- ¿Te has portado bien? ¿Ha venido alguien y te lo has comido?

A veces, muy pocas, llaman al timbre de la puerta o al de la calle. Siempre son extraños, porque mi gente tiene llaves y no necesita llamar. Entonces me pongo un poco feroz y les informo de que me comeré crudo al primero que intente entrar en la casa. Suele surtir efecto porque enseguida se van.

Como premio a mi vigilancia me ponen mi collar de paseo y nos vamos a la calle.

-Ya está la canícula aquí –dice Ángel- ¿Cómo hacemos este año?

-Si te parece nos vamos con mis padres Uquita y yo. Y en cuanto puedas te vienes tú.

-Vale Tengo que iniciar tres pilotos y hacer los informes finales de otros dos. Cuando pueda me reúno con vosotras.

Así que volveremos a ver a los padres de Inma y a Neno, el perrito gruñón que no quiere jugar conmigo.

-A ver como la recibe Neno.

-Estará encantado de ver a la señorita Noa. Ya no es una cachorrita molesta. Dentro de poco tendrá su primer celo.

Así que a los pocos días estamos de camino para ver a los padres de Inma… y al antipático de su perro.

El viaje, esta vez sin sobresaltos que reseñar, fue bueno y nos presentamos en la puerta antes de lo previsto. Juan, el padre de Inma, traía una bolsa en una mano y la correa de Neno en la otra,

-Qué pronto habéis llegado –dijo- Mamá está en la peluquería. Ahora os abro

Entonces Neno empezó a darme besitos y a hacerme carantoñas y agachaditas para jugar. Yo ya había jugado antes con mis hermanitos al que te pillo, así nos pusimos a correr como locos calle abajo y calle arriba. Una vez dentro de la casa, me trajo sus juguetes uno a uno, sus pelotitas de goma y hasta los mendrugos de pan que esconde para comerse cuando está duros. ¡Vaya cambio!

Al poquito llegó Hortensia y se puso muy contenta de verme y yo de verla a ella. Al fin y al cabo, fue la que me sacó en bracitos de la tienda.

-¡Como has crecido! Te vas a hacer muy grandota.

¡Grandota! Soy un maltesa original, y no de esas razas diminutas como BIMBA, que han desarrollado genéticamente los humanos para que sean sus juguetes. De hecho, los llaman TOYS. Claro que me haré grandota, como mamá Sirta y como papa Yori. Y a mucha honra.

-Es igual –dice Inma- Yo preferiría que no pesara mucho, pero llegará a los cinco kilos al ritmo que va. Ya casi está de grande como Neno.

-Vaya dos. Mírale, si está como tonto con ella. Le ha sacado todos sus tesoros. Esa pelota la tiene escondida y la guarda como oro en paño.


Yo, mientras, me he subido al sofá, en el sitio favorito de Neno, porque es el rincón que más huele a perrito, y Neno me contempla desde abajo con adoración. Mis hermanos eran tres y no podían conmigo, así que a este le manejo como quiero.

-Niños, a comer. Este es para Noa y este para Neno. 




Pollito hervido con arroz y bolitas, sencillamente delicioso. Neno se ha dejado un poco de comida en su plato, así que me la he comido también. No se tira nada, ya se sabe.

Me parece que vamos a pasar un buen verano.

martes, 11 de diciembre de 2012

CAPÍTULO IX NOITA LA TERMITA



Tengo que daros una estupenda noticia a todos: Ya tengo mis primeros 28 dientes de leche. Me faltan los primeros premolares y toooodos los molares, pero ya me saldrán cuando se me caigan los actuales.

Como me pongo a roer todo lo que se pone a mi alcance me han comprado un chupete de goma y una ratita que hace un ruido muy simpático cuando la muerdo.

Inma se queda en casa todo el día. Así que yo me acomodo en el cestito que hay junto a su escritorio y nos hacemos compañía. A mediodía deja de teclear lo que sea que esté haciendo y me prepara la comida: Pollo hervido, arroz y bolitas. El pollo lo desmenuza con mucho cuidado para que no queden trozos grandes ¿Es que no sabe que ya tengo dientes afilados y que puedo triturar lo que sea?

Por la tarde llega Ángel y yo le espero en la puerta. En cuanto entra me pongo a dar saltos de alegría y él se agacha para que le dé chupetones por toda la cara. Luego me sube hasta la altura de sus ojos y me dice:
-        Señorita Noa ¿has sido buena? ¿Cuántas sillas te has comido hoy?

Y es que me encanta roer las patas de las sillas, sobre todo las más finitas. Al parecer esto no está del todo bien porque Inma me regaña cada vez que me ve.
-        Noita, la termita, deja de comerte las patas de las sillas. ¿Ves la zapatilla? –dice señalándose un pie.

Yo, por si acaso, dejo de roer patas y me voy a mi casita, no vaya a ser que se le escape la zapatilla y me dé a mí.

Cuando Ángel me deja en el suelo, se acerca a Inma y también se dan besitos y se alegran, pero sin dar saltitos. Luego Inma le cuenta todas las travesuras que he hecho y los dos me miran y se ríen.


Hoy ha venido a vernos una amiga de Inma, Pilar, con su perrita que se llama Bimba.
 
Es una maltesita de las llamadas TOYS, un maltés en miniatura. Tiene dos años y sólo es poquito mayor que yo. Claro, tiene el pelo muy largo, casi como mamá Sirta, pero no es ni la mitad de guapa que ella.

Nos hemos puesto a jugar enseguida, y la he dejado coger mis juguetes y mi pelotita de goma. Cuando una tenía la pelota, la otra la perseguía hasta que la soltaba o se le escapaba, y así todo el tiempo.La botella de plástico no la puede coger como yo.

Cuando la amiga de Inma se marchaba, me cogió en brazos y comentó que estaba casi tan grande como Bimba.
-        Menuda grandona se te va a hacer. Lo menos llegará a los seis kilos.
-        A mí me da igual - dijo Inma - lo importante es que esté sana y feliz.

¡Esta es mi chica! No le importa si me hago más grande que Bimba, sólo quiere que esté sana y feliz. 
Como para no estar contenta.

Luego le ha dicho a Ángel que lo muerdo casi todo y que he hecho algo muy gracioso pero muy indebido a la vez: Me he comido un boli.

Os lo voy a contar para que no lo hagáis vosotros. Resulta que en el suelo había una especie de palito de plástico transparente y lo he tomado por un juguete. Así que  me he puesto a roer, sujetando el palito con mis patitas delanteras, hasta que he llegado a una pasta espesa, con un sabor muy desagradable y lo he dejado en el suelo otra vez. Se me ha puesto la lengua azul y he aprendido que esas cositas brillantes no se comen.

Después de contarse sus distintas actividades me han colocado mi arnés y han enganchado la correa y nos hemos ido  a la calle.

CALLE, palabra mágica, que es igual que salir, paseo, vamos fuera, etc. Cada vez que oigo esta expresión me pongo como loca de alegría y no paro quieta hasta que me lo ordenan – Quieta, Noita, o te quedas aquí. – Entonces no muevo ni las pestañas y cuando tengo todo me voy a la puerta y me siento muy seriecita mientras Inma se prepara para salir.

En la calle me lo paso en grande. El otro día fuimos al veterinario para darle las gracias por descubrir que tenía pulgas. ¡Pulgas! – No es posible – decía Ángel. En la tienda nos dijeron que estaba tratada con Stronghold. Es el mayor antiparasitario que existe.
-       Si la hubieran administrado Stronghold no tendría pulgas, en efecto. Me temo que no se lo han puesto.
-        ¿Lo puedes certificar?
-      Yo os puedo hacer un certificado conforme que en el día de hoy la perrita tiene pulgas. Mi opinión es que no ha sido tratada previamente, pero eso no lo puedo certificar.
-     Nos vale así – dijo Inma – Lo llevaremos a la oficina municipal y que actúen como crean conveniente.

Y así lo hicieron. Los de la tienda tuvieron que recibir una buena regañina (o alguien les enseñó la zapatilla) porque llamaron para disculparse y hasta hablaron con MI veterinario. Este sí que entiende a los perritos.

Tengo que confesar que la calle está llena de olores que los humanos apenas perciben. Su olfato, su oído y su vista no se parecen en nada a la nuestra. Yo puedo distinguir cuando llega Ángel por el sonido de su coche. Y sé cuándo está en la casa por el olor. Inma no se entera hasta que oye la llave en la cerradura. Menos mal que estoy yo aquí y se lo advierto con antelación para que se dé cuenta.

En la calle Inma me lleva por su lado derecho y no me deja ir ni muy deprisa ni muy despacio, por lo que me he acostumbrado a ir a su paso. De vez en cuando se paran delante de algún escaparate y después de cuchichear un rato (igual se piensan que no les oigo) seguimos caminando.

En las tiendas en las que no se vende comida me dejan entrar. En las otras me quedo esperando en la puerta, menos en la panadería. La señora que vende el pan dice que puedo pasar, que en la calle dejaron un día a un yorkshire y se lo llevaron. El disgusto debió ser muy grande tanto para el perrito como para su manada humana.

Cuando me tengo que quedar fuera, Inma o Ángel me acompañan. Por si acaso.

Luego volvemos a casa con bolsas y paquetes y siempre, siempre me han comprado alguna cosa. Huesitos y chuches, principalmente, para cuando me porto bien, que debe ser casi siempre. Aunque arañe las patas de las sillas, después de la cena me dan una chuche.
-        Ten Uca-Uca – dice Inma - que has sido muy buena.
-        ¿Uca-Uca? – pregunta Ángel.
-        Sí, de Noa, Nouca, Uca-Uca…
-        Le pega más Noita, la termita.

Y se ríen mientras me miran. La verdad es que me llamen como me llamen, yo siempre acudo. 
Por si las chuches.