martes, 3 de diciembre de 2013

CAPÍTULO XXV. NOA, LA MALTESA FELIZ.



¿Qué he aprendido de la excursión a Toledo? Pues que cada vez que veo que se pone a preparar maletas me voy directamente a mi cestito con ruedas y prácticamente me meto dentro. No quiero que me lleve a un sitio en el que no pare de andar por pavimentos infames y luego me den agujetas otra vez. Ángel se ríe y coloca las correas de la mochila, abre una de las cremalleras y pone dentro una de mis mantitas, la nevera con mi comida y algunas botellas de agua helada que ha guardado en el congelador el día anterior.

Hemos vuelto a Asturias a una casita rural cerca de la playa y hemos recorrido rincones muy bonitos, como el mirador del Fito, Lastres, Llanes, que tiene un parque con sabinas, como las de Ibiza,  y otros lugares igual de interesantes, como el monte Naranco, Cangas de Onís, otra vez Covadonga y muchos otros. Todavía no ha habido necesidad de usar mi cestito con ruedas, porque las excursiones son muy cortas y los sitios que vemos no son muy grandes y, además, están bien asfaltados.

No obstante, Ángel siempre se pone el cestito a la espalda, gracias a las correas que lo convierten en mochila y pone mi agua y comida dentro por si acaso.

En el mirador del Fito nos hemos metido en medio del monte y entonces me ha soltado la correa y he podido correr libremente por terrenos salvajes en los que casi nunca hay nadie.

Un día hemos ido a un sitio precioso que llaman “Desfiladero del Cares”. Es muy bonito, pero no os recomiendo que vayáis sin un buen calzado, si sois niños o grandotes humanos, o sin agua, comida y una mochila si sois perritos pequeños. Los perros grandes, de patas más largas, lo tienen mejor.

El camino está lleno de piedras de tamaño regular, túneles por los que se filtra el agua y forma grandes charcos y cuestas que lo mismo suben que bajan. Total, que los niños y los perritos estamos todo el tiempo sorteando piedras, saltando de una a otra o pateando el agua de los baches que forma la filtración.

A eso del mediodía, hemos parado a buscar una sombra y nos hemos sentado a comer a la orilla del río Cares. La bajada hasta el río ha sido complicada, tanto que Ángel me ha metido en la mochila y me ha dejado asomar la cabeza.

Cuando hemos encontrado un sitio con suficiente sombra, me he dejado salir y ha preparado mi comida en primer lugar. No os podéis imaginar mi sorpresa cuando he visto un bicho enorme, con el pelo cortito y con cuernos en la cabeza en forma de V, que, seguramente, quería quitarme mi comida o la de las personas que estaban sentadas en la orilla.

Yo me he puesto a ladrar, claro, para que sepa que como se acerque a mis bolitas igual me pongo a morder sus tobillos, pero ese ser ni se inmutaba ni se daba por enterado.

-        Noa, cómete tu comida y deja en paz a la cabra. No creo que le gusten tus bolitas.

¡Una cabra! Hay bichos muy raros. Pero lo cierto es que la gente le tiraba trozos de sus bocadillos, pero más lejos, para que se alejara, y se los comía de un bocado.

Por si acaso me he comido todo rápidamente y luego he bebido agua del río y he metido las patitas para refrescarme.


Para más seguridad, Ángel ha alejado a la cabra y me ha metido en la mochila y se la ha puesto por delante, porque ahora hay que subir una cuesta muy empinada y mi peso a la espalda le podría desequilibrar.

Como yo iba con la cabecita fuera, mirando todo bien por si tropieza, la gente que va y viene todo el rato por el desfiladero me decía cosas.

-        ¡Qué suerte tiene el perrito! – le ha dicho una chica.


-        Ya sabes, hazte tan pequeña como Noa y a lo mejor tú también tendrás suerte.

Yo no digo nada. Después de dos horas de caminar por un sendero serpenteante, que cambia de orilla, y sube y baja y pasa por debajo de rocas enormes y está lleno de piedras más grandes que yo, estar en la mochila me parece un lujo asiático. Así que, de vez en cuando, estiro la cabeza y le doy un lametón para mostrarle mi agradecimiento por llevarme a cuestas.

A las tres horas hemos regresado al coche, que estaba aparcado en un prado de Caín, pero antes de llegar, cuando el camino era bastante más aceptable, me ha puesto en el suelo para que caminara.
-        No parece que tengas las patitas mal, Noa.

Es posible que no me den “agujetas” esta vez, de modo que estoy contenta, y hasta he jugado con un perrito del lugar que no paraba de seguirme por toda la calle.

El camino de vuelta a nuestra casita de Pendueles ha sido igual de bonito que al venir, pero ahora hemos parado en más sitios para hacer fotos a las montañas, a los prados, a los desfiladeros, como el del Sella, a todo lo que se pone a tiro de cámara.

Una vez que hemos llegado a la casa rural, Ángel me ha examinado las patitas, sobre todo las delanteras y no me dolían. Buena señal.

Cuando después de unos días, y después de estar en otros sitios muy bonitos, como Ribadesella, Santillana del Mar y Frigiliana, hemos vuelto a casita, me he dado cuenta de dos cosas: La primera que ahora estamos muy bien y, aunque somos una manada sólo de dos miembros,  a veces viene Carmen o alguien de la perripandi, o vamos a casa de Yolanda, o al Río Alberche, con Héctor y Guzmán, y estamos felices. La otra es que me gusta mi nueva vida. Ángel me saca todas las mañanas y, cuando hace bueno, paseamos en bicicleta. Otros días se va a nadar. Con el buen tiempo también salimos por la tarde, pero no cuando hace frío.

Si llueve me pone mi abriguito para que no me moje y luego me seca las patitas al llegar a casa. Si me mancho me lava y me seca hasta que me deja guapa otra vez. Me limpia los ojitos con un peine especial y me pone un líquido para que no se me oscurezca la carita, porque el lagrimal de los malteses segrega unas manchas marrones debajo de los ojos.

Me peina para quitarme los nudos y me baña cada de vez en cuando. Otras veces me lleva a la pelu de Ana para que me bañen ellas y me corten las uñas y el pelo por donde haga falta.

Algunos perritos de nuestra manada ya no están. Unos se han ido con sus dueños a otros lugares, como Keko, que está en un sitio que se llama Cádiz, y otros se han ido a las praderitas del arco iris, como dicen Marga y Esperanza. Allí tenemos a Lucas, a Hanna, a Indy, a Fayna, a Sissi, a Prince y a otros perritos y perritas que ya no necesitan arnés ni correa para jugar, ni tienen horarios ni nada parecido para estar en la calle. Allí les cuida Inma y otros grandotes que se fueron para ocuparse de ellos y velar para que no les falte de nada.

Me han pasado muchas más cosas, porque ya soy bastante más mayor, pero ya os lo contaré otra día, junto con las nuevas aventuras que me vayan sucediendo.

Para terminar os quiero dejar algunas cosas que me gustaría poder decirle a Ángel:

No te enfades mucho conmigo porque mi vida solo dura de 10 a 15 años y no merece la pena perder el tiempo en enfados.

Dame tu afecto y tu cariño, que es lo único que necesito, y ten paciencia si no consigo entenderte a la primera.

Recuerda que tú puedes relacionarte con amigos, conocidos y familiares, pero yo sólo te tengo a ti.

Háblame serenamente, aunque creas que no entiendo tus palabras. Siempre, siempre entiendo el tono de tu voz cuando me hablas.

No me golpees ni me hagas daño. Yo podría lastimarte con un mordisco pero nunca lo haré porque nunca te haría daño.

Antes de regañarme por mi pereza o desobediencia, trata de averiguar si hay alguna razón para ello.

No me dejes nunca sin la protección adecuada.

Cuida de mí cuando envejezca, ya que  dependeré de ti más que nunca.

No me abandones jamás. Si no te queda otro remedio que separarte de mí, búscame un hogar donde sepas que me cuidaran adecuadamente.

Quédate conmigo cuando me vaya a las praderas del arco iris. Todo será más fácil si estás a mi lado.

Un señor muy antiguo, creo que se llamaba Diógenes, dijo en una ocasión: “Más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.

Nunca lo olvidéis.

Hasta pronto y quered mucho a vuestros perritos.

Con cariño, Noa, la maltesa feliz.

domingo, 1 de diciembre de 2013

CAPITULO XXIV. UNA NOCHE TOLEDANA.



Hacemos muchas excursiones a sitios cerca de Madrid ¿Os lo he dicho ya? ¿Sí? Bueno, pero no os he contado lo que me pasó el día que fuimos a Toledo.

Era el mes de agosto, cuando hace más calor en la meseta, y Toledo es una ciudad totalmente empedrada con canto rodado, muy irregular y todo son cuestas arriba y abajo…. Y losas de granito y poca sombra.

El caso es que empezamos a caminar y caminar por sitios muy bonitos. La ermita del Valle, El parador, el Puente de San Martín, la Puerta del Cambrón, San Juan de los Reyes… todo precioso, pero la sombra es escasa y yo, con mi abriguito de pieles puesto, he pasado mucho calor.

Después de mucho andar hemos comido en un patio a la sombrita y he podido descansar un poquito, pero luego, hala, otra vez a patear piedras y más piedras, ya que los parques son algo testimonial en esta ciudad y apenas se ven cien metros cuadrados de hierba, pero ya debajo del Alcázar.

Habíamos dejado el coche en la puerta vieja de Bisagra, junto al Hostal El Cardenal, y hemos subido hasta la diputación y hemos vuelto a bajar. De vez en cuando Ángel me cogía en bracitos, pero no todo el rato, la verdad.

Cuando hemos vuelto al coche me he quedado inmóvil hasta que hemos llegado a casa. Como aparca en un edificio a la vuelta del nuestro, hemos tenido que caminar un poquito y he notado que me costaba trabajo.

A la hora de cenar me he comido todo con hambre canina. Los perritos comemos todo lo que nos ponen porque no sabemos cuándo volveremos a comer. Bueno, yo sí lo sé. Me pone dos veces al día, pero por si acaso.

Cuando he terminado me ha dado mi huesito, como todas las noches y he intentado subir al sofá de un salto para comérmelo, que es lo que hago siempre… ¿Qué creéis que ha pasado? Pues que no me he podido mover, como si me hubieran clavado al suelo.

Yo daba un salto y apenas me levantaba un poquito del piso, y me tropezaba con los asientos. Al final no me atrevía ni a intentarlo.

Ángel me ha levantado de las patitas delanteras y he soltado un chillido, porque me dolían mucho.
-        Pero Noa ¡Si tienes agujetas!

¿Agujetas? Lo que tengo es un cansancio brutal y me duelen las patitas de tanto andar por Toledo.

Sea lo que sea que tengo ha llenado la bañera con agua caliente y nos hemos metido dentro. Luego me ha cogido en bracitos y me movía las patitas despacio y me daba masajes para relajarme.

Yo me estaba muy quietecita y de vez en cuando le daba lametones para hacer ver que estaba bien. Ya puestos me ha enjabonado con mi champú y luego me ha aclarado dejándome flotar en el baño.

Cuando el agua se empezaba a enfriar me ha sacado y me ha envuelto en mi toalla azul y me ha secado bien, pero sin apretar. Luego me ha puesto sobre un tablero que pone encima de los lavabos y que envuelve en otra toalla y ha encendido el secador de aire caliente.
-        Noa. Seu!

Así que me he sentado mientras agitaba el secador arriba y abajo para no darme con el chorro de aire caliente directamente. Daba vueltas y vueltas mientras me  pasaba el cepillo despacito y cuando le ha parecido que estaba suficientemente seca me ha puesto mi lacito y me ha peinado un poco más a fondo.

Por último me ha colocado sobre la funda del sofá de la habitación para que me sacuda y termine de secarme, pero estaba tan cansada que no me podía ni mover.

A causa del dolor, no podía dormirme y no dejaba de dar vueltas y buscar una postura cómoda que me pareciese adecuada.

Tanto y tanto me movía que Ángel me ha pasado un brazo por encima para que me quedara tranquila.
-        Duérmete, Noa. Vaya "Noche Toledana" que me estás dando.

Finalmente me he quedado dormida y a la mañana siguiente estaba un poco mejor. He probado a subir al sofá de un salto y todavía no podía bien, pero ya me faltaba muy poco.
-        Quédate quieta y descansa. Mañana ya estarás bien.

Dicho y hecho. Me he enroscado en mi cestito y no me he movido hasta la hora de comer. Cuando me ha puesto mi platito, he intentado estirarme y todavía me dolían las patuchas, pero ya muy poquito.

Cuando he terminado de dejar el plato limpio otra vez, me ha cogido en brazos y me ha depositado sobre la cama.
-        Ahora duerme una siesta y ya verás cómo estás mejor.

Nada que discutir. Al poco rato estaba “haciendo sedita” y cuando me ha parecido suficiente he probado mis patitas y estaban mucho mejor.

Pero la prueba final es subir al sofá de un salto. De manera que me he parado delante, he calibrado la altura, el salto, el esfuerzo… he flexionado las patitas de atrás y… arriba. Un salto limpio y ya estoy en la mantita que pone en el sofá para que esté cómoda.
-        Muy bien, Noa. Ya estás bien.

Menos mal. Hoy dormiré bien y al menos esta noche no será “Toledana”.