Lo estoy pasando muy bien
con esta manada. Los días de diario, cuando Ángel no vuelve hasta la tarde, yo
me acurruco en mi cestito rojo, a los pies de Inma, y paso la mañana
aparentemente dormida, pero alerta por si se oyen ruidos extraños en la
escalera. Cada vez que hay alguien en el rellano me voy a la puerta y me pongo
a ladrar para advertirle: No se te ocurra
entrar porque te muerdo los tobillos.
Generalmente se van sin
llamar a la puerta, aunque, en ocasiones, sí que llaman, claro. Unas veces es el
portero, otras el medidor del agua y cosas así. Inma me dice que lo hago muy
bien y que defiendo ferozmente nuestra casa.
A la hora de comer me
levanto del cestito y le doy dos o tres golpecitos a Inma con mi patita.
-
Voy, Nueta – me dice – y al ratito apaga su
máquina y prepara mi arroz con bolitas y pollo hervido.
Mientras prepara la comida
me canta una canción relativa a que Noa va a comer, su comida hay que hacer,
con pollito y con bolitas o algo parecido. Yo me lo como todo y luego, cuando
está comiendo Inma, me pongo a su lado por
si cae algo, como ella dice.
Después bebo agua y me voy a
mi casita a dormir la siesta. Mi casita tiene una almohadita que era de Neno,
pero que yo me agencié y la arrastré hasta mi casita el pasado verano.
A veces Inma se echa un
ratito muy corto y entonces me subo de un salto a la cama y me enrosco a su
lado, mirando para la puerta, por si acaso.
Cuando Inma se levanta me vuelvo a mi casita otro poquito más y luego me desperezo, estiro las patas traseras, luego las delanteras y me pongo a sus pies.
Cuando presiento que va a
venir Ángel me subo de un salto en el sillón de la entrada y le espero
pacientemente. Normalmente sé que va a venir porque siempre llama a Inma y se
dicen todo tipo de tonterías.
Cuando por fin aparece, me
pongo a dar saltitos, a mover el rabito y a medio gruñir hasta que se agacha y
me hace caricias por la cabeza y el cuello. Aprovecho para darle cinco o seis
lametones, para hacerle notar lo mucho que me alegro de su regreso.
Cuando llega Inma se
abrazan y ya no me hacen ni caso.
-
¿Ha salido Noa? – suele preguntar.
-
No he tenido tiempo. Espera que me arreglo y
damos un paseo.
Inma se cambia de ropa y se
pone otro calzado mientras Ángel me coloca mi arnés y engancha la correa.
Al poquito salimos a la calle
y yo me pongo a husmear y a oler todas las señales que dejan otros perritos.
Algunas vece vamos de tiendas y otras no, pero siempre acabamos sentados en una
terraza donde sirven cervezas y frutos secos. Ángel me da almendras, avellanas
y cacahuetes por debajo de la mesa mientras Inma le regaña.
-
La estás malcriando. Y se va a poner como una
foca.
-
Total, por dos avellanas…
Luego volvemos a casa y yo
me pongo a jugar con Pluto o cualquier otro muñeco que me guste, como la ratita
de goma o el osito de peluche. Jugamos hasta que me canso de ir a
recoger los muñecos y entonces me siento entre los dos para que me hagan
caricias.
Después de la cena, le pido
a Inma mi huesito. Cojo la piltrafa que me queda del día anterior y se le dejo
sobre sus piernas, para que me den un huesito nuevo.
Inma hace como que no se da
cuenta para hacerme rabiar, así que cojo el huesito viejo y la doy golpecitos
con la patita, hasta que me mira y me pregunta
-
¿Qué quiere la perrita?
Entonces vuelvo a soltar el
huesito viejo sobre ella.
-
Aaah – dice haciéndose la despistada - ¿Quieres
un huesito nuevo?
Por fin. Entonces salto de
alegría por su perspicacia y salgo corriendo hasta el sitio donde guarda los
huesitos.
Me dan uno nuevo, no sin que
antes me pida que me siente. Luego me pide un besito y tras el lametón me pone
en la boca un nuevo trozo de nervio de buey ahumado que está delicioso, la
verdad.
Salgo corriendo y me tumbo con
mi huesito entre las patitas delanteras y me pongo a ronchar como una loca.
Ángel se agacha para hacerme
una caricia, mientras me dice:
-
Vaya vida de perros que llevas, Noa. Ya la
quisiera yo cuando me toque ser perrito…
Y se rien como tontos.