Hace tiempo que se han
recogido las luces y todos los adornos que pusieron en la casa y dentro de poco
voy a cumplir un año. ¡Un año ya! Para los perros un año equivale a siete, por
lo que dice Ángel que en realidad cumpliré siete años en abril.
La rutina diaria es sencilla
estos días. Inma se levanta cuando Ángel, se arregla y se pone a trabajar con
su máquina con pantalla y teclas. A veces aparecen otros humanos en la pantalla
y hablan entre ellos de sus cosas. Yo me quedo en mi cestito hasta que tengo
hambre. Entonces me levanto y empiezo a dar lametones a Inma.
-¿Tienes hambre, Uquita?
Ahora te preparo la comida.
Al ratito deja lo que sea
que esté haciendo y me corta un trozo de pollo en pedacitos. Añade bolitas y un
poco de arroz hervido y pone un poquito de caldo del pollo para que esté jugosito, dice. Lo calienta un poquitín, lo remueve
con los dedos y me lo sirve. Me cambia el agua para que esté fresca y antes de
que se prepare su propia comida ya me lo he comido todo.
- ¿Ya has acabado? Sí que
comes deprisa, tragona.
Cuando ha venido Ángel nos
hemos ido todos a comprar mis regalos a una tienda enorme que tiene de todo.
Como es habitual, nos
quedamos en la puerta paseando mientras Inma hace las compras. Al rato nos
hemos sentado en un banco frente a la salida y yo vigilo por si aparece Inma.
Aunque estos dos parecen un poco más espabilados los humanos no tienen las
capacidades de los perritos ni de lejos.
Estoy muy atenta a cada
señora que sale. Sentada, con mi camiseta azul a mucha gente le llamo la
atención y se paran y me dicen cosas. Yo sigo pendiente de la puerta y no les
hago mucho caso, la verdad. Ángel les explica que soy una maltesa, que desde
hace mucho tiempo los marinos del Mediterráneo llevan malteses en sus barcos
para combatir a las ratas, que estoy pendiente de la puerta por si sale Inma,
mi dueña. Sabe tanto de malteses como mamá Sirta, no deja de sorprenderme. A
cada cosa que dice sobre mí, muevo la cabeza a un lado y a otro.
-Parece que lo entiende todo -dice una señora-. Sólo les falta hablar.
¿Hablar? No necesito hablar.
Ya me hago entender de sobra. Si tengo hambre o sed lo se indicar muy bien. Y
si necesito salir, también. ¿Para qué me hace falta hablar? Los humanos no lo
saben, aunque algunos lo suponen, pero los perritos siempre entendemos lo que
dicen de nosotros.
Cuando salió Inma yo me di
cuenta enseguida y me levanté para acercarme a ella, dando saltos para que me
hiciera caricias por haberla esperado tanto tiempo. Llevaba varias bolsas que Ángel
recogió enseguida y un Pluto de goma en la mano.
-Este es para ti, Nouca. Un
regalo de cumpleaños.
Agarré el Pluto con la boca
muy feliz y comprobé que según le apretaba hacía un ruido muy divertido. Fuimos
hasta el coche con la música de fondo del muñeco de goma y todos los niños se
paraban a decirme cosas.
-Podríamos poner un circo
con Noa –dijo Ángel-. Hay que ver cómo se lo monta.
Inma se rio de buena gana.
-Eso no es nada. La tendrías
que haber visto ayer, que se me pasó la hora de la comida.
No es para tanto, pienso yo.
A Inma no se le suele pasar mi comida, y ya me encargo yo de recordárselo; pero
ayer estaba especialmente ocupada con su máquina en no sé qué de una base de
datos, y cuando le daba con la patita me decía: Ahora, Noa, enseguida va. Así un rato y como cada vez tenía más hambre,
agarré el plato de la comida como pude y lo fui arrastrando contra el suelo
hasta dejárselo a los pies.
-¡Mi bebé, si no te he
puesto la comida! Ahora mismo a comer.
Me puso una ración generosa
y me daba palmaditas mientras comía para hacerse perdonar. Cuando se lo contaba
a Ángel los dos se reían como tontos.
-Pues nada, la ponemos un
platito en la boca y a pedir después del concierto. Con esta perrita no
pasaremos hambre.
En el coche revisaron las
compras y se reían con cada cosa que veían. Yo seguí jugando con mi Pluto hasta que llegamos a casa.
Coloqué a Pluto en la cesta
de mis juguetes, con la pelota de goma y una ratita de Neno que me habían dado
en el verano.
No tengo muchos juguetes, pero me gusta jugar con las botellas de plástico vacías y, sobre todo, me encanta jugar
con la pelota, porque rebota por todas partes y no sabes dónde
acabará. A veces me tiran la ratita, pero se queda quieta en el sitio donde cae
y no se mueve. Como ya sé más o menos hasta dónde puede llegar, cuando la van a
tirar ya me adelanto. Inma me llama tramposa.
Como mi nuevo juguete se
queda de pie y tiene apariencia de perrito, me gusta cada vez más jugar a que
lo tiren y correr a traerlo.
Cuando Ángel vuelve por la tarde,
algunas veces trae cartas que dejan en nuestro buzón. Una es para mí, del
veterinario, felicitándome por mi cumple y recordando de paso las vacunas y
otras medicinas que me tienen que dar…
Ángel me da los sobres que
son para Inma y yo se los llevo muy eficientemente.
-Toma, Noa. Dale esto a
Inma.
A ella le encanta que le
lleve los papeles, aunque a veces los muerdo demasiado por temor a que se me
caigan.
Siempre, siempre me da las
gracias y me hace caricias cuando coge sus cartas y me dice que soy muy lista y
que aprendo muchas cosas.
Ángel me ha enseñado a jugar
al pañuelo. Consiste en dejar a Pluto en medio del pasillo, yo en un extremo y
Ángel en otro. De repente dice ¡ya! y corremos para ver quien lo coge primero.
Siempre gano yo, claro.
Hoy le hemos explicado a Inma
el juego del pañuelo. Teníais que ver su cara cuando me he agazapado muy seriecita,
con Pluto en medio de Ángel y yo. Cuando ha abierto la boca para decir ¡ya!, he
salido corriendo, he agarrado a Pluto y se lo he llevado a Inma.
-¡Qué tramposa! Has salido
antes de tiempo.
Ya lo sé; pero es que no me
gusta perder ni jugando.