miércoles, 23 de enero de 2013

CAPITULO XIII EL CUMPLEAÑOS DE NOA



Hace tiempo que se han recogido las luces y todos los adornos que pusieron en la casa y dentro de poco voy a cumplir un año. ¡Un año ya! Para los perros un año equivale a siete, por lo que dice Ángel que en realidad cumpliré siete años en abril.

La rutina diaria es sencilla estos días. Inma se levanta cuando Ángel, se arregla y se pone a trabajar con su máquina con pantalla y teclas. A veces aparecen otros humanos en la pantalla y hablan entre ellos de sus cosas. Yo me quedo en mi cestito hasta que tengo hambre. Entonces me levanto y empiezo a dar lametones a Inma.

-¿Tienes hambre, Uquita? Ahora te preparo la comida.

Al ratito deja lo que sea que esté haciendo y me corta un trozo de pollo en pedacitos. Añade bolitas y un poco de arroz hervido y pone un poquito de caldo del pollo para que esté jugosito, dice. Lo calienta un poquitín, lo remueve con los dedos y me lo sirve. Me cambia el agua para que esté fresca y antes de que se prepare su propia comida ya me lo he comido todo.

- ¿Ya has acabado? Sí que comes deprisa, tragona.

Cuando ha venido Ángel nos hemos ido todos a comprar mis regalos a una tienda enorme que tiene de todo.

Como es habitual, nos quedamos en la puerta paseando mientras Inma hace las compras. Al rato nos hemos sentado en un banco frente a la salida y yo vigilo por si aparece Inma. Aunque estos dos parecen un poco más espabilados los humanos no tienen las capacidades de los perritos ni de lejos.

Estoy muy atenta a cada señora que sale. Sentada, con mi camiseta azul a mucha gente le llamo la atención y se paran y me dicen cosas. Yo sigo pendiente de la puerta y no les hago mucho caso, la verdad. Ángel les explica que soy una maltesa, que desde hace mucho tiempo los marinos del Mediterráneo llevan malteses en sus barcos para combatir a las ratas, que estoy pendiente de la puerta por si sale Inma, mi dueña. Sabe tanto de malteses como mamá Sirta, no deja de sorprenderme. A cada cosa que dice sobre mí, muevo la cabeza a un lado y a otro.

-Parece que lo entiende todo -dice una señora-. Sólo les falta hablar.

¿Hablar? No necesito hablar. Ya me hago entender de sobra. Si tengo hambre o sed lo se indicar muy bien. Y si necesito salir, también. ¿Para qué me hace falta hablar? Los humanos no lo saben, aunque algunos lo suponen, pero los perritos siempre entendemos lo que dicen de nosotros.

Cuando salió Inma yo me di cuenta enseguida y me levanté para acercarme a ella, dando saltos para que me hiciera caricias por haberla esperado tanto tiempo. Llevaba varias bolsas que Ángel recogió enseguida y un Pluto de goma en la mano.

-Este es para ti, Nouca. Un regalo de cumpleaños.

Agarré el Pluto con la boca muy feliz y comprobé que según le apretaba hacía un ruido muy divertido. Fuimos hasta el coche con la música de fondo del muñeco de goma y todos los niños se paraban a decirme cosas.

-Podríamos poner un circo con Noa –dijo Ángel-. Hay que ver cómo se lo monta.

Inma se rio de buena gana.

-Eso no es nada. La tendrías que haber visto ayer, que se me pasó la hora de la comida.

No es para tanto, pienso yo. A Inma no se le suele pasar mi comida, y ya me encargo yo de recordárselo; pero ayer estaba especialmente ocupada con su máquina en no sé qué de una base de datos, y cuando le daba con la patita me decía: Ahora, Noa, enseguida va. Así un rato y como cada vez tenía más hambre, agarré el plato de la comida como pude y lo fui arrastrando contra el suelo hasta dejárselo a los pies.

-¡Mi bebé, si no te he puesto la comida! Ahora mismo a comer.

Me puso una ración generosa y me daba palmaditas mientras comía para hacerse perdonar. Cuando se lo contaba a Ángel los dos se reían como tontos.

-Pues nada, la ponemos un platito en la boca y a pedir después del concierto. Con esta perrita no pasaremos hambre.

En el coche revisaron las compras y se reían con cada cosa que veían. Yo seguí jugando con mi Pluto hasta que llegamos a casa.

Coloqué a Pluto en la cesta de mis juguetes, con la pelota de goma y una ratita de Neno que me habían dado en el verano.

No tengo muchos juguetes, pero me gusta jugar con las botellas de plástico vacías y, sobre todo, me encanta jugar con la pelota, porque rebota por todas partes y no sabes dónde acabará. A veces me tiran la ratita, pero se queda quieta en el sitio donde cae y no se mueve. Como ya sé más o menos hasta dónde puede llegar, cuando la van a tirar ya me adelanto. Inma me llama tramposa.

Como mi nuevo juguete se queda de pie y tiene apariencia de perrito, me gusta cada vez más jugar a que lo tiren y correr a traerlo. 


Cuando Ángel vuelve por la tarde, algunas veces trae cartas que dejan en nuestro buzón. Una es para mí, del veterinario, felicitándome por mi cumple y recordando de paso las vacunas y otras medicinas que me tienen que dar…

Ángel me da los sobres que son para Inma y yo se los llevo muy eficientemente.

-Toma, Noa. Dale esto a Inma.

A ella le encanta que le lleve los papeles, aunque a veces los muerdo demasiado por temor a que se me caigan.

Siempre, siempre me da las gracias y me hace caricias cuando coge sus cartas y me dice que soy muy lista y que aprendo muchas cosas.

Ángel me ha enseñado a jugar al pañuelo. Consiste en dejar a Pluto en medio del pasillo, yo en un extremo y Ángel en otro. De repente dice ¡ya! y corremos para ver quien lo coge primero. Siempre gano yo, claro.

Hoy le hemos explicado a Inma el juego del pañuelo. Teníais que ver su cara cuando me he agazapado muy seriecita, con Pluto en medio de Ángel y yo. Cuando ha abierto la boca para decir ¡ya!, he salido corriendo, he agarrado a Pluto y se lo he llevado a Inma.

-¡Qué tramposa! Has salido antes de tiempo.

Ya lo sé; pero es que no me gusta perder ni jugando.

viernes, 4 de enero de 2013

CAPÍTULO XII LA NAVIDAD



Reconozco que no me importa que Neno juegue con sus juguetes, siempre que no me interesen a mí, claro. Su pelota de goma favorita la tengo en mi cestito y de vez en cuando viene a ver si me la puede coger. Algunas veces lo consigue y entonces yo me pongo a perseguirle hasta que se sube a un sofá y se queda quieto con la pelota entre los dientes. Al poco de mirarme  abre la boca y la deja rodar. En ese instante me apodero de la pelota y salgo corriendo, sabiendo que Neno espera una oportunidad para quitármela de nuevo. Así nos pasamos horas y horas. Al final la pelota acaba en mi cesto y se queda allí hasta que empezamos de nuevo
Por las mañanas Neno viene hasta nuestra puerta, lo que Inma llama “su cabaña” y se sienta a esperarme.

-Ya está aquí tu Romeo –dice Inma- Anda sal a jugar.

Y nos vamos a correr por la hierbita hasta que nos cansamos de dar vueltas. Luego nos tumbamos y nos quedamos quietecitos como si no hubiera pasado nada.

Las rutinas diarias son echar a los pajaritos por las mañanas y por la tarde-noche perseguir a los gatos. El resto del tiempo es para jugar por la casa o el jardín, tratando de no estropear las flores de Hortensia.

A veces llega un tormento en forma de sobrina, llamada Eva, que se empeña en cogerme en brazos y no me deja ni a sol ni a sombra.

-Tía, vengo a jugar con Noa.

-Bueno, pero no la tengas en brazos que se te puede caer y hacerse daño.

De modo que me coge en brazos y se sienta. Así, si me caigo, me haré menos daño, debe pensar.

El caso es que no me suelta y se empeña en peinarme y en colocarme los bigotes de mil maneras. Me deshace el lazo que me pone Inma y me lo coloca torcido, encima de una oreja o sobre la ceja izquierda. Yo me dejo, claro, porque es una niña. Si fuera mayor ya la habría enseñado la zapatilla para que aprenda modales.

El verano ha terminado sin más problemas que alguna escapadita fuera el jardín, cuando nos hemos colado por el agujero por el que entran los gatos y nos hemos puesto a correr por los prados. Al volver tenías que ver la cara de Hortensia cuando nos ha visto llenos de pinchos, semillas voladoras y toda clase de pajuchas enredadas en el pelo. Ha sido muy divertido.

Primero nos han tirado a la piscina y luego nos han cepillado entre Juan y Hortensia y nos han dejado al sol para que nos secáramos. Inma se fue con Ángel un fin de semana y no han regresado todavía, pero dice Hortensia que vendrán pronto y que me van a ver hecha un desastre.

Tenía el pelo tan enredado que Hortensia me empezó a pasar las puntas de una tijerita para cortarme los nudos, pero va muy despacito y los nudos me tiran por todas partes.

Al final me llevaron a cortar el pelo y me tuvieron que rapar enterita. ¡Ahora parezco un cordero! Llevo tres días sin salir de mi casita nada más que para comer porque estoy como un adefesio.

Por fin he oído llegar el coche, pero han cerrado la puerta para que no enredemos en el jardín mientras aparcan. Estaba dando saltitos detrás de la puerta hasta que la han abierto.

-Mi bebé ¿qué te ha pasado? Si pareces una oveja trasquilada.

-No veas como estaba de nudos. Dijo la peluquera que no se podía hacer otra cosa que raparla.

-No pasa nada, Noa –dijo Ángel, siempre positivo- Ya te crecerá otra vez y estarás más guapa que antes.


De modo que me han puesto una camiseta azul que me habían comprado para el invierno y ya me siento mejor. Al menos Eva ya no se empeña en peinarme. No tengo pelo que peinar.

Después de dos fines de semana más, hemos vuelto a nuestra casa los tres. Con mi camiseta azul parezco un pitufo, dice Ángel, pero o voy cómoda y no me importa parecer lo que sea eso.



En muy poco tiempo los días son mucho más cortos y se hace de noche mucho más pronto.

Una tarde al volver Ángel para nuestro paseo habitual nos ha dicho que nos lleva a ver las luces.

Vaya cosa, tenemos luces en toda la casa, he pensado yo. Pero eran otras luces. En algunas calles han colgado luces de muchos colores, haciendo formas caprichosas. Algunas parpadean, otras tiene dibujos de animales y señores gorditos vestidos de rojo, otras suben y bajan sin parar y de pronto dan destellos… son muy bonitas, la verdad

-Mira la Uquita. Está fascinada con las luces.

-Tu primera Navidad, Noa –me dice Ángel mientras rasca mi barriguita- Mira cuantas luces han puesto.

Luego hemos parado el coche y nos hemos ido de compras. Al final Ángel me ha cogido en bracitos. Hay tanta gente que teme que me pisen otra vez. Con mi camiseta azul en brazos parezco un muñeco, ha comentado un niño.

-Es un peluche –dice Ángel- funciona a pilas. Es el último modelo.

Yo muevo los ojitos y saco la lengua y los niños dicen que quieren un como yo. Le han llegado a preguntar que dónde los venden.

De vuelta a casa hemos ido por otras calles para ver más y más luces y al llegar a casa me parecía que estaba muy aburrida. Pero ha durado poco. Con las compras han adornado un árbol y han colgado luces y muñecos por toda la casa y ahora está tan divertida como la calle.