Bueno, hemos regresado y han
quitado las luces de las calles y de las casas. No es que todo se haya hecho
oscuro de repente, me refiero a las luces de colores que ponen los humanos en los
árboles y balcones para alegrar la llegada del invierno y dar un poquito de animación
y jolgorio a las noches tan largas y frías que se nos vienen encima.
Una tarde, a los pocos días de llegar, Inma y Ángel me han dejado para que cuide de la casa yo sola.
-
Venimos en seguidita, Noa – ha dicho Inma –
No dejes entrar a nadie.
Y aquí me he quedado, muy
atenta por si alguien desconocido intenta entrar en casa y dispuesta a comerme
por los pies a la primera persona que lo pretenda.
No han tardado mucho, la
verdad, y sólo he ladrado en dos ocasiones que he oído ruido en la escalera,
aunque era el vecino de enfrente. De este modo me voy entrenando. Cuando han
vuelto me han puesto mi arnés y hemos salido todos a la calle.
Nos hemos acercado hasta la
farmacia que hay un poquito más abajo, al principio de la calle y Ángel ha
entrado a buscar algo.
Mientras esperábamos, Inma
se ha apoyado en la pared, de espaldas, y se ha ido resbalando hasta quedar
sentada en la acera. Yo me he puesto a ladrar como una loca y Ángel ha salido
de inmediato.
-
Inma, ¿qué tienes?
-
Creo que me he mareado. Ya estoy mejor.
Pero Ángel la ha cogido en
brazos y la ha sentado en una silla de la farmacia. Enseguida han colocado un
collar muy ancho en un brazo de Inma y se han puesto a medir no sé qué cosas.
-
Ocho – seis – ha dicho la farmacéutica. Tiene
la tensión muy baja.
Otra señorita con bata
blanca le ha dado un vaso con agua y algo disuelto a Inma para “que te suba la
tensión”
Al poquito Inma se
encontraba mejor y nos hemos ido a casa derechitos. Iba cogida del brazo de
Ángel y caminaba muy despacio, pero sin pararse. Yo iba delante, para que no se
nos cruzara nadie y volvía la cabeza de vez en cuando para vigilar que todo
fuera bien.
Una vez en casa, Inma ha
tomado las medicinas y se ha sentado en el sofá. Yo me he puesto a su lado y no
paraba de lamer sus manos.
-
Uquita, ya estoy bien – me ha asegurado –
deja de chuparme.
-
No Inma, no estás bien. No es normal que te
de una bajada de tensión tan brusca. ¡Y el sabio de tu médico te receta un
jarabe!
-
Es para las flemas. Dice que lo que noto son
flemas.
-
Bueno. Ahora descansa y trata de reponerte.
Ya debe estar mejor, en
efecto, porque se ha sentado frente a su máquina y tras leer algunas cosas se
ha puesto a teclear como todos los días. Yo me acomodado en el cestito que
tiene a su lado y desde ahí la vigilo por si se le baja otra vez la tensión,
sea lo que sea.
Este invierno está siendo
bastante frio, así que el aire acondicionado está encendido y en la casa el
ambiente es muy agradable. Sobre todo enroscada en mi cestito. Con unas cosas y
otras estamos en la hora de cenar y me lo empieza a recordar mi estomaguito. Ángel
me ha preparado el pollo, arroz y bolitas y luego ha añadido unas gotas de agua
“para que esté jugosito” como le recuerda Inma.
-
Uca-Uca, a comer.
Pero yo no me he movido. Y
eso que tengo hambre, pero no quiero dejar de vigilar a Inma por si acaso. Después
de insistir dos veces más, Ángel ha traído el plato con la comida junto a
nosotras y entonces me he puesto a comer, pero sin dejar de vigilar, eso sí.
-
¿Y a ti qué te apetece cenar, gordita?
Llamar gordita a Inma es la mayor
tontería que he oído en mi vida. Tiene la talla 36 y, a veces, se compra la
ropa en la sección juvenil de las tiendas grandes, pero a ella parece no
importarle.
-
Calienta un poco de arroz y mira a ver si
queda un griego.
-
Quedan tres. Marchando una de arroz a la
Inma.
Es el mismo arroz que me
ponen a mí, pero no me preocupa. Cuando se acaba siempre hacen más. Inma le
pone curry, gambas y almejas y lo cuece en la olla a presión. Al poquito tiempo
está listo para comer y delicioso. Claro que a mi plato nunca caen gambas ni
almejas, pero el sabor permanece. No me extraña que les guste tanto.
Han pasado algunos días y
parece que Inma está mejor. No obstante he oído que rechazaba salir el fin de
semana por encontrarse algo cansada. Muy cansada tendría que estar yo para no
salir de casa, así que imagino cómo se encontrará.
De modo que los padres de
Inma, junto con Neno; nos han hecho una visita de fin de semana, lo que me ha permitido
comer raciones dobles, ya que Neno apenas come fuera de su casa y se deja la
mitad en el plato. Después de tanto comer no me apetece jugar a nada y me pongo
a los pies de Inma llena de pereza, a “hacer sedita” como dice Ángel.
Hortensia ha comentado que
este año hemos cambiado un poquito las costumbres y las rutinas diarias.
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Ya se sabe, mamá – ha comentado Juan – Año nuevo,
vida nueva.