Cuando se van haciendo los
días más y más cortos y el sol tarda y tarda en levantarse, ya sé que dentro de
poco saldremos de vacaciones de invierno hacia alguna zona del sur peninsular
donde el sol y la luz duran un ratito más.
Estaremos una semana en
algún sitio con jardín para que yo pueda estar tranquila y entrar y salir
cuando me apetezca y, por lo general, los padres de Inma nos acompañarán con
Neno.
El año pasado cogimos dos
apartamentos contiguos y Neno se pasaba todo el tiempo en el nuestro. Más que
nada porque estaba yo, claro. Este año es distinto, estamos todos en el mismo.
Me han traído mi casita, aunque yo me subo a la cama con Inma y Ángel. De este
modo, Neno duerme en mi casita y todos tan contentos.
La verdad es que Benalmádena
es enorme y sus playas no se terminan nunca. Otra ventaja de ir a la playa en
invierno es que nunca hay nadie, sólo gente paseando con otros perritos y
resulta muy divertido correr y correr por la orilla del mar, esquivando las
olas para que no se te mojen las patitas.
Además, como esta manada mía
no sabe estar quieta, organizan salidas a los alrededores y siempre acabamos
comiendo en algún sitio bonito, haciendo miles de fotos y volviendo cuando se
empieza a poner el sol para no pasar demasiado frio.
Ayer hemos ido a comer a los
chiringuitos de la playa del paseo marítimo. Nos han dejado entrar en la zona
cerrada.
-
A mí los perrillos no me molestan –ha dicho
el que manda- Todo sea que proteste algún cliente.
Pero nadie ha protestado.
Nos han puesto un platito con agua entre las sillas de Inma y Ángel y nos hemos
quedado tan tranquilos mientras comen los grandotes.
-
Qué bien se han portado los perrillos –dijo
la persona que cobró la cuenta. Ni un ruido.
Es que cuando queremos somos
muy bien mandados. Luego hemos seguido caminando por el paseo marítimo hasta La
Marina de Benalmádena y hemos pasado toda la tarde entrado en casi todas las
tiendas. Hasta en una farmacia, en la que Inma les ha pedido algo para su
cansancio. Dice que se fatiga caminando y que tiene la lengua blanca. Han
envuelto unas cajitas y se las han dado, después de pagarlas, claro.
-
¿Cómo no te vas a cansar, si no sales apenas
de casa? – ha dicho su madre – Tienes que trabajar menos y salir algo más.
Inma asiente sin demasiada
convicción.
Como Neno y yo vamos cogidos
con una única correa con un terminal doble que engancha cada arnés, caminamos
juntos y emparejados, uno al lado del otro. El pelo de Neno es más largo y
suave que el mío, pero no es tan blanco ni tan brillante. Todo el mundo nos
mira y nos dice cosas. Algunos niños piden permiso para tocarnos y entonces
Inma da un leve tirón de la correa y una escueta orden.
-
Noa, Neno, ¡Seu!
Los dos nos sentamos a la
vez y los niños (sobre todo las niñas) nos acarician y alaban nuestro pelo, los
lacitos y lo buenos que somos. Al cabo de un ratito nos levantamos y seguimos
caminando tranquilamente ante la mirada agradecida de los padres.
- Podríamos ir a cenar a Málaga – ha dicho
Juan.
- De momento nos sentamos en esta terraza
–contesta Ángel – Pedimos algo para que Inma se tome su reconstituyente y luego
voy a buscar el coche y os recojo.
- Está bien – ha contestado Inma – Cuando
descanse un poco igual me apetece ir a Málaga, pero ahora vamos a sentarnos.
Ángel se ha ido a paso
ligero para buscar el coche y recogernos y yo me he puesto a ladrar para que
fuéramos con él. Inma me ha dicho que ahora viene, que ha ido a buscar una cosa
y que vuelve prontito. Neno se ha tumbado, pero yo estoy muy atenta mirando el
sitio por el que se ha ido Ángel, para ver si viene. Al final me he sentado
sobre las patas traseras, pero no dejo de vigilar.
No me ha servido de nada tanta observación, porque Ángel ha aparcado por detrás de nosotros y ha llegado por el otro lado. Le he oído silbar y no he tenido más remedio que reconocer que no puedo supervisar todos los frentes.
Después de tomar lo de la
farmacia y descansar un ratito Inma se encontraba mejor, así que, nos hemos
subido todos al coche para ir a Málaga.
La Alameda Principal estaba
llena de árboles de todo tipo, palmeras y ficus enormes, principalmente,
algunos con más de 150 años de antigüedad. En años de perrito deben ser
muchísimos más.
Esta vez la correa la lleva
Ángel con una mano y con la otra coge a Inma. Neno y yo vamos muy seriecitos un
poquito por delante y todo el mundo se nos queda mirando.
Hortensia ha visto un sitio
con celosías de aluminio y estufas verticales y nos ha indicado que había sitio
libre, de modo que nos hemos dispuesto a cenar. Como estamos en la última
semana del año, todo el paseo está lleno de luces, que se enroscan al tronco de
las palmeras y cuelgan por las ramas de los centenarios ficus.
- ¿Te encuentras mejor? – le ha susurrado Ángel
a Inma, aunque yo le he oído perfectamente.
- Sí, gordito, no te preocupes. Ya se me ha
pasado. He debido coger algo de frío y estoy un poco acatarrada, eso es todo.
Por un instante he visto en
Ángel la misma cara de preocupación que puso mamá Sirta cuando Lúa, la cocker,
comentó que ya nos estaban saliendo los dientes.